miércoles, 7 de febrero de 2018

Camilo, más cerca de la gente

Tomado de CubAhora
Por Jorge Legañoa Alonso

Camilo Cienfuegos hemos llegado los cubanos de mil maneras: allí está él con su sonrisa en el lumínico de la escuela cercana, en el afiche de un centro de trabajo, fusil al hombro, sombrero alón y sonrisa pícara. Pero no fue hasta aquella tarde de hace una década que descubrí un Camilo distinto, sencillo, sin coraza de héroe o pedestal de mártir. Llevaba rato conversando con Olga Llera, “Cuquita”, su secretaria, cuando de un archivo vetusto y caótico comenzaron a salir fotos, notas, epístolas que hablaban de la dimensión inmensamente humana de aquel hombre.

Cuquita había despertado en mí la curiosidad que la narrativa de decenas de libros de historia no había logrado hasta entonces. La conversación se convirtió en revelación: la imagen de Camilo tirado en un rincón de su oficina, descansando allí mismo porque según él no había tiempo para irse a casa; lo apasionado de la foto con su novia, Paquita, de San Francisco de Paula, las anécdotas de cómo daba el ejemplo a sus subordinados en Ciudad Libertad. Todos, a veces, pequeños detalles que me hacían ver de qué material está hecho un héroe de la Patria.
Muchas son las historias que se tejen en torno al mítico personaje; sin embargo en pleno siglo XXI, multimediático por excelencia, interactivo, audiovisual, en el que una consola de videojuegos es —en ocasiones— la fuente de conocimientos más llamativa para un adolescente, me pregunto si llegaremos a olvidar a nuestros héroes con el paso del tiempo y cada día hacerlos menos humanos.
¿Cómo hacer para que 54 años después de la desaparición de Camilo Cienfuegos, recordarlo no se reduzca al mero hecho de ir hasta un río o el mar, dejar flores y recitar algún que otro poema? A nadie le quedan dudas de que Camilo Cienfuegos fue un héroe de las luchas libertarias cubanas. Aprendimos en los libros de sus hazañas combativas en los llanos de Oriente, las peripecias de la columna invasora que comandó hacia Occidente y de la toma de Yaguajay. Pero, ¿sabrán los nacidos, 30, 40, 50 años después de su muerte realmente quien fue el flaco desgarbado, risueño, barbudo y ocurrente que firmaba Kmilo 100fuegos? 
Muchos son los desafíos de nuestra historia Patria para que los héroes y los hechos no queden en el tiempo, recogidos como letra muerta. Hay que hacer que los niños y los más viejos hablen de los amores de los héroes, sus travesuras, los chistes que hacía. Solo así, Camilo no será un pedestal a la entrada de una escuela, o el nombre de una industria, o el que desapareció en el mar, sino un cubano como otro cualquiera con mucha picardía, voluntad y coraje, que subió la cuesta empinada de la vida y se convirtió en héroe, igual que muchos otros, pero que, por sobre todas las cosas, fue un ser humano con las mismas pasiones que todos nosotros.
Es necesario contar las historias humanas de los héroes y verlo como la mejor forma de hablar de su obra; para que cada quien se identifique desde los sentimientos, lo afectivo.
Recordar a Camilo, a más de cinco décadas de su desaparición física, me hace volver a un diálogo que presencie hace algunas semanas entre un colega y René González. El primero le preguntaba a René como era sentirse un héroe, y este le respondía que no se sentía como tal, aunque tuviera el título, porque Cuba está llena de héroes anónimos que día tras día lo daban todo en la construcción del sueño de todos. Y en sus palabras descubría que eso son precisamente los héroes, gente sencilla que con naturalidad, lo dan todo sin mirar atrás.
Eso era Camilo, un cubano sencillo, que como René en nuestro tiempo, no tuvo miedo de lo que pudiera pasar con su vida y se fue tras el sueño de libertad y justicia para Cuba.
Hoy, cuando recordamos los 54 años de aquel accidente aéreo que nos lo quitó, el mejor homenaje es recordar a Camilo como lo que fue, un cubano de las mil anécdotas. Prefiero, entonces, compartir algunas de ellas:
 “UNA CAMILADA”, NARRADA POR WALFRIDO PÉREZ

Con pocos días de diferencia, la invasión había comenzado. Las columnas 2 y 8 se desplazaban casi paralelamente en los llanos orientales. Camilo cruzó detrás de la columna de Che el río Salado. Casi al amanecer arribaron al campamento de la "Ciro Redondo". Che dormitaba en su hamaca y Camilo llevó su caballo azuzándolo hasta que derribó al Che. Desde el suelo, enredado con la frazada, Che reía como un niño.

—Ya la pagarás, ya la pagarás…
¿No te da pena estar durmiendo a estas horas?

Y ambos reían de lo lindo. El Che gozaba como nadie de las “camiladas”.

 “CALIDAD HUMANA”, CONTADA POR MARÍA RAMOS GARCÍA

Son bien conocidas el hambre y las penurias sufridas por los hombres de la Columna 2 Antonio Maceo, durante la larga travesía por la entonces provincia de Camagüey, en marcha hacia la región occidental del país.

Al arribar la columna a “Hoyos de los indios”, inmediatamente recibieron la ayuda y la colaboración espontánea y desinteresada de los campesinos que en este lugar vivían. En mi casa se cocinó, entre otras cosas, un cerdo, el cual resultó pequeño para el voraz apetito de estos hombres, que llevaban tantos días sin comer caliente.

Un rebelde, a quien no le tocó nada de carne en el reparto, miraba el caldero con avidez, a la vez que aclamaba por algo, aunque fuera pequeño.

Oyéndolo, Camilo lo llamó inmediatamente y picó la mitad de la patica de cerdo que le había correspondido y la compartió con su compañero, demostrando así, una vez más su calidad humana.

“MOZO”
Cuando Camilo trabajaba en una tienda habanera, le aseguró a su hermano Humberto que allí era solo un simple mozo de limpieza, pero que iba a llegar a ser su primer dependiente. Mandó a hacer unas tarjetas que decían: Sastrería El Arte, Reina No. 61, entre Ángeles y Águila. La Habana, Camilo Cienfuegos Gorriarán. Dependiente.
Sus amigos preguntaban por “el dependiente Camilo”, pero les decían que él era el mozo de limpieza y que no estaba. “¡Ah, si no se encuentra, entonces me voy; no me interesa comprar nada aquí”. Y los dueños, al darse cuenta de su popularidad y de que estaban así perdiendo clientes, lo pasaron a ocupar esa plaza y llegó a ser el primer dependiente.
Por cierto, la última vez que Camilo trabajó allí —contó también hace años su hermano Humberto— habló con el mozo de limpieza, y le pidió que ese día lo dejara hacer la labor suya. Se vistió con la ropa apropiada y comenzó a hacerlo. Lo vio uno de los dueños y le preguntó por qué lo hacía. “Aquí entré como mozo de limpieza y, como ya me voy, quiero salir como empecé”.
“CABO MACHACADOR DE AJOS”
Efigenio Ameijeiras evocó que un ex oficial de la Policía que se unió a la guerrilla tenía cansado a Camilo preguntándole qué grado militar le correspondía como guerrillero. Camilo cogió en la cocina una cabeza de ajo, en el arroyo recogió dos piedras (chinas pelonas) y, harto ya de su insistencia, le contestó: ¡Chico, toma, estás nombrado “cabo machacador de ajo”; y si te portas bien, como esperamos, podrás llegar a “sargento machacador de tostones”.

“SU SOMBRERO”, NARRADA POR RAFAEL VERDECÍA LIEN, CAMPESINO DE SIERRA MAESTRA, COLABORADOR DEL EJÉRCITO REBELDE
Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el día que llevaba el animal para ensillárselo a Camilo, para que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese sombrero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se lo pone, se miró en un espejito y me dice:
—¿Qué chico? Ponte la gorra esta.
Le digo: Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que este que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero y él se reía y guiñaba un ojo y les hacía señas a los otros compañeros. Y él luego les hacía señas a ellos que yo estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía. Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.
“ALMOHADAS PINTADAS DE CORAZONES”, NARRADO POR VILMA ESPÍN
Camilo acostumbraba a hacerle bromas a todo el mundo, así que todos estábamos siempre un poco en guardia con él… eran bromas realmente infantiles, que hacían reír.
En los primeros tiempos, en el año 1959, cuando vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habitación de Raúl y mía muchas reuniones.
Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos, teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevarse, por broma, un montón de cosas en los bolsillos, y me dejaba las almohadas pintadas de corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado conversando.
“EL SUBMARINO”, NARRADA POR WILLIAM GÁLVEZ
¿Que todavía no le han contado lo del submarino en las montañas de Villa Clara? Camilo era así, ocurrente, jaranero, le corría una máquina a cualquiera, de una forma sana. No se podía uno disgustar con él porque no tenía ni una pizquita de maldad, sino que todo era entero, como de una sola pieza.
Una vez estábamos conversando de muchos temas y él ve que está un compañero que nos escucha embelesado, como si aquello fuera algo de otro mundo y entonces se le iluminó la cara como solo él sabía iluminarla.
—Bueno, bueno, compañeros, a mí lo que más me preocupa ahora es qué vamos a hacer con el submarino que me manda Fidel desde la Sierra, porque yo sí no sé para qué sirve eso aquí en las lomas de Yaguajay.
Todo el mundo se quedó callado, a la expectativa, y el hombre aquel abrió los ojos en redondo.
—Sí, hay que traerlo porque si Fidel lo manda para algo tiene que servir, así que en cuanto llegue, usted —se dirigió al hombre— tiene la responsabilidad de subirlo hasta acá arriba. 

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